VACUNAS: UNA DESINFORMACIÓN PELIGROSA

A pesar de que, salvo casos excepcionales, no ocupa los horarios centrales de los canales de televisión, ni la agenda prioritaria de los medios de comunicación, la difusión de noticias científicas es vital para comunicar información veraz y precisa sobre los avances del conocimiento, y para que el conjunto de la población pueda participar en discusiones con pensamiento crítico, basado no en discutibles criterios de autoridad, sino en indagaciones rigurosas.
Pero si esto es cierto con respecto a toda la multiplicidad de disciplinas que integran el campo de la ciencia y la tecnología, adquiere una particular importancia cuando se refiere a noticias de salud. Estas informan la toma de decisiones, tanto personales como colectivas, que pueden significar la diferencia entre la salud y la enfermedad, o incluso entre la vida y la muerte.
De allí que la Red Argentina de Periodismo Científico observe con preocupación algunos artículos que, con la excusa de analizar presuntas “controversias”, suponen una desinformación flagrante sobre cuestiones de salud pública ampliamente aceptadas.
Algo de esto es lo que ocurre con la nota “Vacunas: ¿sí o no?”, que acaba de publicarse en una revista de la ciudad de Buenos Aires. El artículo trata sobre polémicas que ya están teniendo consecuencias funestas en países europeos, y pone en pie de igualdad las conclusiones de décadas de estudios en todo el mundo sobre las inmunizaciones con enfoques seudocientíficos sin sustento.
Es cierto que hay europeos que no quieren vacunar a sus hijos, pero lo que no dice la nota es que mientras en América latina se erradicaron el sarampión y la rubéola, por estas conductas en países como Francia los casos de sarampión están creciendo.
La nota también recomienda a los lectores “decidir si quieren o no vacunar” a sus hijos, como si fuera una elección personal, cuando todos los sistemas sanitarios del mundo hacen campañas constantes para mantener y aumentar la inmunización que, por ejemplo, permitió erradicar la viruela y podría en poco tiempo erradicar la polio.
Lo peligroso no es no saber de qué están hechas las vacunas, como sugiere el artículo comentando varios dislates (como que “la viruela fue erradicada en la década del 50, cuando los médicos británicos dejaron de aplicar la inmunización”), sino difundir teorías conspirativas que muestran desconocimiento sobre cómo se produce y valida el conocimiento científico.
Es lamentable comprobar que todavía se considere que las noticias de ciencia, salud y tecnología puedan ser tratadas sin tener en cuenta los requerimientos de rigurosidad que corresponden.

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